La amistad entre Bolívar y Urdaneta: "Presto estoy a acompañarle"


“General: Si con dos hombres basta para libertar a la patria, presto estoy a acompañarle”. La frase de Rafael Urdaneta, destinada a Simón Bolívar en 1813, perdura en el tiempo como la muestra más clara de la fidelidad del marabino al caraqueño. El tiempo, las vicisitudes, las traiciones, la guerra o la política no destrozó la amistad de los dos héroes, aquella que comenzó en el pueblo de San Cayetano, en Nueva Granada, el 26 de febrero de 1813.



En el grupo de oficiales y soldados que le enviaba el Gobierno de la Unión a Bolívar, se encontraba el zuliano Urdaneta, en Bogotá desde los 16 años.

Adolfo Romero Luengo, historiador altagraciano, resalta la virtud que desarrolló el marabino al acompañar a El Libertador en la Campaña Admirable que le lanzó a la palestra en 1813: la lealtad.

“Lealtad en el servicio a la causa que a ambos empeña noblemente. Nunca en un sentido servil. Por el contrario, lo fue en el concepto moral de la más pura dignidad”, anota Romero Luengo en la compilación de la correspondencia entre los dos héroes.

Esta virtud se vio con más temple en los años turbulentos del poder, después de 1825. Urdaneta se convirtió en el defensor de las glorias de El Libertador ante hombres como José Antonio Páez, que pretendían romper su obra magna, la Gran Colombia.

En 1826, en ocasión de la Cosiata, escribía “El Brillante” al antiguo “Centauro de los Llanos”, al mando de Venezuela:

“Es necesario advertir que el general Bolívar, actualmente, no pertenece sólo a Colombia. Él es un ente que pertenece ya a todo el mundo, su nombre es ya propiedad de la historia, que es el porvenir de los héroes.

El Libertador, con un pie en Colombia, tiende sus brazos sobre dos repúblicas más, y la órbita en que gira su cabeza abraza todo el globo. ¿Quién ignora la existencia de Bolívar en el mundo civilizado? Nadie, nadie, compañero”.

La fidelidad de Urdaneta vivió momentos álgidos con las dificultades de la Gran Colombia, las rebeliones y las movidas políticas, como la posibilidad de una monarquía planteada por el general marabino.

Sin embargo, la muerte de El Libertador, el 17 de diciembre de 1830, lo frenó todo, y Urdaneta comenzó su peregrinar y martirio por haber sido fiel al pensamiento bolivariano.

El zuliano ayudó, con la elaboración de sus Apuntamientos o memorias, a la creación de la obra cumbre del ex edecán Daniel O’Leary, sobre la vida de Bolívar.

Y para el 12 de noviembre de 1842, cuando el nombre de Bolívar ya no era proscrito sino símbolo de honra, encabezó Urdaneta la vuelta de sus restos a Caracas. Fermín Toro lo recordó: “Es fama que entre el inmenso concurso atraía las miradas el interesante grupo de los antiguos militares que, con su marcial continente, sus vistosos uniformes...”.

Mariano de Talavera diría: “Por más de un título le correspondía a Urdaneta aquella honorífica comisión”.

La cumbre de la admiración de “El Brillante” por Bolívar es la creación de la Sociedad bolivariana (entonces llamada boliviana). Urdaneta, primer presidente del grupo, explica, en un aviso publicado por el diario El Venezolano (edición número 169), del 25 de marzo de 1843, el porqué del nacimiento.

“Varios amigos de las glorias del Libertador Simón Bolívar (...) proyectaron, a fin de año último (1842), el establecimiento de una sociedad que, con aquel hermoso título, tuviese exclusivamente por objeto contribuir a la perpetuidad del renombre y fama de aquel ilustre caudillo de la libertad suramericana”, apuntó el zuliano.

La vida de Urdaneta se convirtió en un reflejo de la de Bolívar y aquella frase, la de 1813, en un adagio de amistad eterna.


Las ayudas del general a Manuelita


Urdaneta, como el hombre del poder en Bogotá, se convirtió en el alter ego de Bolívar hasta en hechos tan simples como en la manutención de Manuela Sáenz. Víctor von Hagem, biógrafo de Sáenz, cuenta: “Urdaneta tenía en sus manos los cordones de la bolsa. ‘He dado quinientos pesos a Manuela’, escribió a Bolívar. Y más adelante: ‘Entregué otros quinientos pesos a M. y guardo los otros mil’. Al parecer, Manuela consumía más dinero del que producía la Casa de la Moneda”.


La crisis entre los dos héroes: 1829

Toda amistad tiene su momento de crisis: la de Bolívar y Urdaneta ocurrió en 1829, con la Gran Colombia resquebrajada y El Libertador en su ocaso. Gerhard Masur, en la biografía del caraqueño, relata un encontronazo entre los dos héroes. El 20 de marzo de 1829, mientras Bolívar pensaba en una guerra contra los secesionistas venezolanos, Urdaneta le respondía de forma “cruel y vehemente” que la separación de Venezuela se había consumado en 1827, con el perdón a Páez, además de recomendarle la renuncia. El Libertador, herido, se abalanzó sobre el marabino, reclamándole decisiones. Después se arreglarían, pero la Gran Colombia y Bolívar desfallecían.


Juez y verdugo en septiembre

Los sucesos de 1828, con el intento de magnicidio de Bolívar en Bogotá, la noche del 25 de septiembre, revelan a un Rafael Urdaneta duro, severo, apegado a las leyes, pero también a un ser humano irascible en momentos de presión.

La madrugada del 26 de septiembre, durante los hechos de 1828, amenazó con “arrasar toda Bogotá si no aparecía El Libertador o si conseguían su cadáver”.

El colombiano Abelardo Forero Benavides, escritor de Francisco de Paula Santander, el hombre de las leyes, lo juzga sin contemplaciones: “Los métodos de que se valió Urdaneta para hacer hablar a (Pedro) Carujo, la hostilidad que muestra contra Santander, el desagrado hacia el propio Bolívar porque escucha la opinión de los consejeros, la vulgaridad de algunas expresiones, la indignación que experimenta al sentirse frustrado en sus intenciones y actos, la impaciencia ante las dudas de Bolívar, todo ello muestra un alma de soldado raso”.

Escribía el general zuliano a Montilla, el 14 de noviembre de 1828: “La ocasión (de deshacerse de Francisco de Santander, vicepresidente de la Gran Colombia y uno de los implicados en los sucesos septembrinos) se nos vino a las manos y la despreciamos, ¿qué hay más que hacer? Toda la vida no ha de ser uno virote”.

El autor Orlando Arrieta Meléndez, en su opúsculo El general Urdaneta administrando justicia, recalcó: “Urdaneta, en el caso de Santander, fue un juez de conciencia y no un juez de derecho, no estaba tenido de observar las reglas ordinarias sobre apreciación de pruebas (...) Pero actuó con honestidad y responsabilidad: así lo ha confirmado la historia”.

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