Esta semana Venezuela permaneció en estado de conmoción, luego del asesinato cometido por el boxeador Edwin Valero a su esposa, Jennifer Viera. Posteriormente, el antaño héroe de los ensogados terminaría también fatalmente con su vida.
No han sido pocos los crímenes de género en Venezuela, sobre todos los cometidos entre marido y mujer. Durante la Independencia, la violencia hizo tanta mella en la sociedad que los maltratos a las esposas no estuvieron fuera del orden del día.
Uno de los héroes más controversiales de la historia de la Guerra de Emancipación fue José Francisco Bermúdez. El bravo cumanés fue paradigma de la altivez y la prepotencia física, que poco le ayudaron en la gestación de los combates, debido a su carácter impetuoso. Sin embargo, se ganó su puesto entre los grandes militares de Venezuela: incluso, una estatua suya se encuentra en el Monumento a los Próceres, en Caracas.
El escritor José Vallenilla Moreno, en un anecdotario sobre el General que nació en San José de Aerocuar en 1782 y murió asesinado en Cumaná en 1831, narra una historia sobre su relación con su esposa, Casimira Guerra.
"Hombre imposible, tanto como héroe admirable, no extraña que tuviera siempre de puntas con el Libertador, cuando con la más noble dama, paradigma de virtudes, como lo era su esposa doña Casimira Guerra, nunca pudo vivir en buena paz, debido a su carácter, que en muchas ocasiones deslució al caballero. Así, los ilustres esposos ocultaban bajo un mismo techo sus querellas, habitando departamentos separados en la vieja casona, una típica casona colonial de amplios corredores, propios para atenuar los rigores del clima. Ocupaba la señora las habitaciones del fondo en compañía de una sobrina; Bermúdez, las más próximas a la entrada.
Una noche, a altas horas, no sabemos de fijo con qué intenciones se encima el héroe a la habitación de la esposa. La puerta del jardín está abierta, en demanda de aire fresco del jardín.
La luna es dueña del patio; y a la indecisa claridad que ella presta a la alcoba, el heroico soldado divisa dos cabezas en el lecho matrimonial.
Devuélvese Bermúdez, precipitado entra a su cuarto y retorna de nuevo, con la espada desenvainada en la mano. Penetra en la alcoba que guarda su honra, asegúrase de cuál es la cabeza que está de más, la ase de los cabellos, y cuando ya se dispone a cortarla de un tajo, oye la voz sobresaltada de la sobrina, que le grita presa de espanto:
-¡¡¡Gua mi tío!!!, ¿qué es eso? ¿no me conoces?
-¡¡¡Ah!!! -repuso el héroe- ¿eres tú?
Y regresó a la habitación, el acero humillado por primera vez".
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