José Antonio Páez y la guerra de barro

José Antonio Páez, líder de las guerrillas venezolanas durante la Independencia y presidente de la República en varias oportunidades, era un hombre conocido por sus chanzas, que llamaríamos "arrebatos de llanero". Un tipo directo, franco, que ejercía un dominio casi de adiestrador sobre sus tropas, pero no como un jefe, sino como el amigo que estaba por encima de los demás.

Vencedor en Las Queseras del Medio, Mucuritas, el Yagual, Mata de la Miel y Carabobo, mostraremos otra batalla que ganó el lancero... una peculiar guerra de barro.

El texto puede encontrarse en el libro Campañas y Cruceros, del legionario inglés Richard Vawell, en el que relata, además de este episodio, otros rasgos significativos sobre la vida de los guerreros de la Independencia en el llano venezolano.



"La fiesta de San Juan Bautista, que da ocasión en la América del Sur a carreras de caballos y fuegos artificiales, se celebraba en Achaguas de la manera más extraordinaria. Aunque no hubiese allí algún terreno en donde las carreras fueran practicables. Páez montó a caballo antes del amanecer, seguido de varios oficiales, que no llevaban más ropas que las camisas y los pantalones.

Esta tropa, tan ligeramente vestida, dio la vuelta a la población tocando las vihuelas, e invitando a los habitantes, y principalmente a los extranjeros, a que saliesen y se uniesen a ella. Las calles de la población estaban excesivamente enlodadas, y la diversión consistía en salpicar de fango al vecino todo lo posible.

Si alguien se negaba o aplazaba el reunirse con los partidarios de tan singular juego, se le sacaba de la cama, sin cumplimientos, y le arrastraban al lodo. Entre los recalcitrantes figuró el alcalde de la ciudad, D. Pepe Núñez, que era citado por su refinada pulcritud y que acababa de casarse. Esta doble consideración no nos detuvo, y D. Pepe, apresado cuando trataba de escaparse, compartió la suerte de todos los oposicionistas, a pesar de su viva resistencia. Cuando nuestra tropa estuvo en un estado que ni los hombres ni los caballos eran reconocibles, Páez, que marchaba a nuestro frente, se lanzó al río Apurito, adonde le seguimos; al cabo de unos cuantos minutos, nuestra metamorfosis fue completa. Volvimos entonces al cuartel general donde, después de vestirnos, pasamos al alojamiento de Páez, que nos esperaba con un espléndido almuerzo".

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