Ayacucho con sangre zuliana


El punto final a los 300 años de dominación española en Suramérica, la “Batalla de los pueblos”. El   campo de Ayacucho, en Perú, donde se  terminaron de borrar los restos de la monarquía ibérica en el continente, estuvo regado de sangre zuliana.



Comandados por el cumanés Antonio José de Sucre, 5.780 efectivos republicanos, entre venezolanos, neogranadinos, ecuatorianos, peruanos, chilenos y argentinos, lucharon el 9 de diciembre de 1824 en las faldas del cerro de Cóndorcunca contra 9.310 soldados realistas, bajo el mando del virrey José de La Serna.

Entre los integrantes del Ejército Unido estuvo un batallón de hijos del Lago de Maracaibo, así como algunos oficiales diseminados en otros cuerpos, como Anselmo Belloso y José Escolástico Andrade.

El Batallón Zulia, llamado Maracaibo en su fundación y renombrado Caracas para la campaña que culminó en Ayacucho, estuvo conformado por tropa proveniente tanto de Maracaibo como de los pueblos de la Costa Oriental del Lago, principalmente de Los Puertos de Altagracia.

Su semilla fundacional fue el Batallón Maracaibo (o Brillante), de 600 plazas. Estuvo comandado por Rafael Urdaneta y participó en la liberación de Coro, en 1821. El cuerpo, ya sin el general Urdaneta al frente por enfermedad y con el coronel Antonio Rangel como conductor, formó parte de la campaña de Carabobo, sellada con el combate del 24 de junio de 1821.

“El Batallón Brillante, compuesto todo de maracaiberos al mando de su comandante José María Delgado (…) problemático habría sido el éxito de aquella batalla no obstante las combinaciones del Libertador y el arrojado valor de los Páez, Cedeños, Plazas, Mellados, etc”, apunta un documento que forma parte de las memorias del general Urdaneta.

Para 1824 se creó el Batallón Zulia. “Por muerte del general Manrique, (Urdaneta) fue nombrado Intendente y Comandante General del Departamento del Zulia, y habiéndose posesionado en principios de junio, despachó para Cartagena el Batallón Zulia, que debía reforzar las expediciones contra el Perú”, señala el general marabino.

El contingente, de 810 soldados y oficiales no solo de Maracaibo, sino también de Trujillo y Mérida, salió de Bajo Seco, la mañana del 13 de agosto de 1824 en tres goletas: Venezuela, Zulia e Independencia, capitaneadas por Walter Chitty, Felipe Batista y Pedro Lucas Urribarrí. A través del río Chagres llegarían a Cartagena y de allí a Perú.

Nombres como los de Luis Celis, José Antonio Doria, Pedro Bracho, José María Antúnez, Cayetano Cedeño, Pedro Aguirre y Belloso formaban parte de la compañía.

Belloso se alistó ante el llamado de Urdaneta, luego de la adhesión a la Gran Colombia del 28 de enero de 1821. Nacido en la capital zuliana, el 21 de abril de 1805, participaría en la campaña de Carabobo (como parte del Batallón Brillante) y en la Naval del Lago, donde fue herido en la mano izquierda, antes de la expedición al Perú con el Batallón Zulia (Caracas).

A los pies del Cóndorcunca, explica el historiador Juan Besson, “Belloso conquistó la medalla de Ayacucho y el título de Glorioso vencedor”.

Otro de los que destacaron en el “Rincón de los muertos” fue el altagraciano Andrade (1799). Tras graduarse de piloto de navegación en España, volvió a Maracaibo, luchando en Carabobo, Boyacá y Junín.

Andrade, de acuerdo con su biógrafo José Hernández D’Empaire en el libro El prócer olvidado, formaba parte del Batallón Voltígeros y comandó los cuerpos guerrilleros que comenzaron los sucesos del 9 de diciembre del 21.

D’Empaire cita la publicación bogotana El Iris: “El capitán Andrade estaba en el ala derecha el día de la batalla, y sus guerrillas de descubierta fueron las que rompieron los fuegos”.

“Lo cierto fue que el mismo día de la Batalla de Ayacucho recibió Andrade el ascenso a capitán efectivo de la primera compañía del Batallón Voltígeros, el que con tanta bizarría había combatido, y poco después fue condecorado con escudo y medalla de Ayacucho”, reza Manuel Dagnino, en su obra Juicios críticos y biografías.

“Durante la noche del 8 al 9”, narra el general Héctor Bencomo Barrios en su biografía sobre el mariscal Sucre, “los republicanos llevaron a cabo una incursión contra los realistas, de magníficos resultados. La ejecución estuvo a cargo de la división Córdova, la cual adelantó algunas unidades hasta las inmediaciones de las primeras líneas enemigas, para descargar sobre éstas intenso fuego de fusilería, acompañado de los gritos de los combatientes, redobles de tambor y toques de corneta (…) El ataque tomó por sorpresa a los realistas, quienes, en su confusión, tuvieron algunas bajas, entre éstas el comandante de uno de los batallones”.

Como parte del grupo también estuvo el maracaibero José de Jesús Infante. Nacido en 1788 (el mismo año en el que vio la luz el general Rafael Urdaneta), sirvió bajo las órdenes del Libertador argentino José de San Martín, para luego unirse a Sucre.

Explica Besson en su Historia del estado Zulia que “asistió a todas las campañas del Alto y Bajo Perú, encontrándose en la Batalla de Junín, en Matara y en la célebre de Ayacucho, donde fue herido en una de las cargas que dio con gran arrojo. Por todo, recibió los honores y recompensas otorgadas por dichas victorias”.

Sucre, en su parte de batalla posterior al duelo en el Cóndorcunca, nombra a los hijos del Lago de Maracaibo. “Nuestra línea formaba un ángulo; la derecha, compuesta de los batallones Bogotá, Voltígeros, Pichincha y Caracas, de la primera división de Colombia, al mando del señor general Córdova”.

El bravo antioqueño José María Córdova estaba al mando de la primera división, conformada por 2.300 hombres. Fue su garra la que decidió el combate, con soldados de infantería. Cuentan las crónicas que Córdova lanzó su famosa arenga: “División, armas a discreción, de frente… a paso de vencedores”.

El historiador marabino Vinicio Nava Urribarrí apunta, en forma novelada, la actuación de los zulianos en Ayacucho. “Siendo el cuerpo más inmediato a dicho jefe patriota, a manera de encendido diálogo entre éste y la tropa de Maracaibo, se producen palabras y ruidos, más o menos así: ‘Caracas, qué me dáis de tu valor’, expresión que fue respondida con un fuego nutrido y simultáneo, como si todo el batallón hubiera descargado de balas sus fusiles y se dispusiera a calar la bayoneta”.

“A la carga van ascendiendo a la cúspide del cerro los zulianos en la medida que los realistas vienen cayendo en andanadas, mientras que el abanderado del Caracas eleva su estandarte en lo más alto; y como epílogo de semejante hazaña, tócole la gloria al teniente altagraciano Manuel Oliveros el recibir de manos del sargento Barahona de su compañía al soberbio virrey La Serna prisionero”, señala Nava Urribarrí en El Zulia Glorioso.

Caracas estuvo mandado por José Leal (León, para el historiador Besson) en la batalla;  lo sucedería Joaquín Barrera en la rendición de El Callao.
El Libertador Simón Bolívar, producto de la euforia de la victoria, redactó una breve biografía del mariscal  Sucre cerrándola con el episodio de la pampa de Quinua.

“Es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza”.

Belloso, que posteriormente formó parte de los fundadores de la República de Bolivia, al lado de Sucre, y que quedó con el grado de capitán, falleció el 6 de junio de 1885. “Era muy popular y el pueblo condujo su cadáver en hombros hasta su última morada”, relata Besson.

Mientras, Andrade llegó a general de división, y fue padre del presidente Ignacio Andrade, nacido en Mérida. Gobernó Maracaibo entre 1839 y 1843, falleciendo en su ciudad natal en 1876.

Infante murió en la capital del Lago en 1871, como teniente coronel.

Udón Pérez los inmortalizó en el himno del Zulia: “En la defensa olímpica de los nativos fueros, tus hijos, sus aceros,  llevaron al confín; ciñendo lauros múltiples los viste, con arrobo, del Lago a Carabobo, del Ávila a Junín; y en Tarqui y Ayacucho vibraron su clarín”.

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