Ángel Viñas, historiador español: "Es una vergüenza que no se condene formalmente el régimen franquista"

Muerte de un miliciano, foto de Robert Capa
Ochenta años han pasado y aún las cenizas están presentes. Nunca una guerra es tan terrible como cuando ocurre entre hermanos, entre vecinos, entre compatriotas: España vivió esa tragedia entre 1936 y 1939, un conflicto que convirtió en ruinas, hambre y muerte a la nación ibérica, como preludio de la Segunda Guerra Mundial.

Ochenta años han pasado y todavía genera pasiones. Cerca de 500 mil muertos, represiones de un lado y otro y una dictadura de 40 años, la de Francisco Franco, que intentó borrar todo recuerdo del conflicto. Algo imposible.

“Fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y, aún así, sufrir la derrota; que la fuerza puede vencer al espíritu, y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa. Esto es, sin duda, lo que explica por qué tantos hombres en el mundo consideran el drama español como una tragedia personal”, contaba el filósofo francés Albert Camus.

Un gobierno legítimo, una República que no pudo subsistir. Nacida en 1931, recibió azotes de todos lados. Primero en la insurrección socialista de octubre de 1934, luego en el golpe derechista de 1936 que desencadenó la guerra.

Ángel Viñas (Madrid, 1941) es uno de los historiadores con mayor bibliografía sobre el tema guerracivilista. Entre 1977 y 2015 ha publicado más de una treintena de libros, desarrollado investigaciones y disertado sobre el drama bélico.

Desde Bruselas, Bélgica, respondió a las inquietudes de PANORAMA.

—¿Qué lazos sueltos quedan en España sobre la Guerra Civil? ¿Se resolverán algún día?


—Existe una gran discusión, en general de tipo político o ideológico, con matices presentistas, es decir de aprovechamiento en el debate actual. A mucha gente, en particular las nuevas generaciones, no le importa demasiado. En el plano historiográfico se han hecho avances notabilísimos debidos a tres factores: la accesibilidad de archivos (aunque con limitaciones), la aplicación de nuevas técnicas de investigación y la emergencia de jóvenes historiadores. Pero lo cierto es que subsiste miedo a seguir profundizando en el conocimiento del pasado porque lo que ha salido a la luz en los últimos 20 o 30 años no corrobora las tesis franquistas. 



—No fue la primera guerra civil en la historia de la nación, pero sí la más dura. ¿Qué razones llevaron a ella, más allá de las políticas? ¿Sociológicamente puede verse más allá?


—Sobre el origen y las responsabilidades del estallido de la Guerra Civil es uno de los ámbitos donde el debate es el más fuerte. Aquí, incluso, ha surgido un pequeño grupo de historiadores académicos, que bajo el amparo del profesor Stanley G. Payne, norteamericano, es unánime en achacar la responsabilidad a las izquierdas. En mi opinión, van desencaminados. El origen inmediato se encuentra en causas políticas: las derechas no aceptaron a las izquierdas en el poder tras las elecciones de febrero de 1936 y revivieron inmediatamente una conspiración que databa desde 1931. A la vez empezaron a tantear el apoyo, que recibieron finalmente, de la Italia fascista y contribuyeron a envenenar una atmósfera de asesinatos, huelgas y disturbios para crear una sensación de que existía un auténtico “estado de necesidad” prerevolucionario. El origen mediato se encuentra en el atraso económico, político y social de España en aquella época y en la incapacidad de aceptar las reformas puestas en marcha por la República entre 1931-1933.

—¿Por qué gana el llamado bando nacional la Guerra y, desde la óptica contraria, por qué la pierde el republicano?

—Los sublevados ganan por tener unidad de mando, disciplina férrea, crear rápidamente un Ejército profesionalizado y contar con abundante apoyo material, técnico y personal de las potencias del Eje. Los republicanos pierden por la carencia de tales factores (en el último, impedidos por la política de intervención de las potencias democráticas). La ayuda de México y de la URSS nunca pudo compensar la recibida por los franquistas. Sigue abierto un debate tonto sobre si había que dar prelación a la guerra o a la revolución. Naturalmente, eran fenómenos incompatibles de cara a un Ejército profesionalizado y conducido con criterios político-militares de destrucción física y lenta del republicano para privar de él a las izquierdas. 



—Camus, Hemingway, Orwell... ¿Qué encontró Europa (y el mundo en general) en España del 36 atractivo para tener como referencia el conflicto, para que les haya marcado tanto?

—En el extranjero se percibió, entre las izquierdas, como un primer ejemplo de la lucha entre fascismo y antifascismo, preludio de una confrontación ulterior (Segunda Guerra Mundial). En las derechas como una muestra de defensa de la civilización cristiana ante el presunto expansionismo de una URSS atea y antagónica con la primera. En los países decisivos (Inglaterra, Francia, USA) dominó la preocupación por la inestabilidad que pudiera producirse en España si ganaban los "rojos".

—¿El liderazgo de Franco o el apoyo que recibió? ¿Cuál de los dos tuvo mayor peso para la causa nacional?

—Es imposible responder a esta pregunta. Los dos aspectos iban interrelacionados. El liderazgo se afirmó en septiembre de 1936. Lo justificaban los siguientes elementos: éxitos militares importantes, apoyo recibido de las potencias del Eje, en hombres, municiones, material; deseo de unidad de mando (era el único general de división que tenía prestigio); muestras de ser monárquico (reimplantación de la bandera bicolor) y, no en último término, apoyo de los generales monárquicos. El apoyo exterior no le faltó nunca.

—En la acera opuesta, ¿faltó liderazgo en la República?

—Yo creo que los dos primeros presidentes del Gobierno republicano (José Giral y Francisco Largo Caballero) no eran los adecuados al momento en el plano estrictamente militar. El segundo se empeñó en ser ministro de la Guerra, para lo cual no estaba capacitado. El liderazgo republicano lo asumió en mayo de 1937 Juan Negrín. Era ya demasiado tarde. Las intrigas y luchas faccionales fueron dañinas, claro, pero inevitables. Disminuyeron bajo Negrín y regresaron a primera línea tras la batalla del Ebro, cuando ya se divisaba la derrota de la República. De todas maneras, se han exagerado notablemente. Ya se sabe que la victoria tiene muchos padres pero que la derrota es huérfana. 



—¿Por qué las democracias europeas -observando el clima previo a la Segunda Guerra Mundial- permanecieron pasivas ante el conflicto español, a pesar de la entrada de la Alemania nazi, la Italia fascista y la URSS?
—Porque creyeron que podían apaciguar a los dictadores. Se equivocaron, pero la República fue la primera en pagar los platos rotos. Los republicanos y los soviéticos no se llamaron nunca a engaño. Sus protestas no sirvieron para nada.

—¿Qué lectura hace usted sobre la actualidad en la reivindicación con las víctimas del conflicto y sus familias, sobre todo las víctimas de la represión?


—Que es una vergüenza que se les siga negando el derecho a recuperar los restos de sus seres queridos y que no se condene formalmente el régimen franquista. En particular, las sentencias impuestas por consejos de guerra que violaban incluso el degradado ordenamiento “jurídico” de los rebeldes deberían declararse nulas. Punto.

—¿Cómo le marcó a usted la Guerra? ¿Influyó en algo la experiencia de su familia? ¿Qué hicieron sus abuelos en el conflicto?

—A mí no me marcó la guerra en absoluto. En casa de mis padres jamás se habló de ella. Vivían en Madrid, eran ya relativamente mayores y mi padre no fue llamado a filas. En mi familia más extensa la gente se dividió. Algunos tuvieron que exilarse, pero nada más. La guerra empezó a marcarme cuando, a los 17 años, di comienzo a una larga estancia en el extranjero (Francia, Alemania, Inglaterra) donde en parte estudié y en parte trabajé durante seis o siete años.


Comentarios