Cómo murió un poeta y héroe legionario: el final de Ismael Urdaneta

Ismael Urdaneta.
El diario PANORAMA, en su edición del 29 de septiembre de 1945, recordó la muerte del poeta y legionario Ismael Urdaneta, al servicio de Francia en la primera Guerra Mundial. Urdaneta, físicamente y espiritualmente afectado tras el final del conflicto, se suicidó el 29 de septiembre de 1928. 

Nacido en el puerto trujillano de Toporo en 1885, hijo de zulianos y criado en Maracaibo, Urdaneta fue un poeta que se unió a la Legión extranjera francesa, participando en Galípoli, Alejandría, Serbia y Ucrania. Una bala le destrozó el oído izquierdo y luego le amputaron parte del pie izquierdo por gangrena. 

Recibió las medallas Interaliada, de Verdún, el Distintivo de Herida y el Cordón de Honor al Mérito de la Legión extranjera. Aquejado de sus dolencias, y luego de regresar a Venezuela en 1922, terminó con su vida de un balazo en 1928. 

La reseña de PANORAMA en el aniversario número 17 de su fallecimiento:

"Como abrió los ojos en esta ciudad privilegiada, hasta donde la propia bravura del mar quiere colarse en auténtico ademán de dócil homenaje; donde el espléndido, perenne y perpendicular castigo del sol que la abrasa es apenas levemente suavizado por el batir indisciplinado de palmeras despeinadas y donde floreció la hidalga grandeza del Héroe Epónimo cuyo tronco ibérico, injertado en nuestra juvenil América, para producir palpitaciones eternas, Ismael Urdaneta –de distinta estirpe- nació poeta y, aún cuando él mismo no lo sospechara, desde el primer vagido de su nacimiento empezó a animarle la vida y circularle por las venas, como una delicada diana para recién nacidos, embriagante y marcial licor heroico. 

Ismael Urdaneta. Imagen del diario PANORAMA


Divinamente sensible y armonioso, escribió bellos versos y, ávido de emociones y quizás descontento de la limitación del ámbito nativo, su lápiz inexperto de aventurero, hasta entonces sin aventuras, rayó en el mapa la morena y abrupta espalda del Continente, y señalando a su empeño una ruta que desembarcó en la gran ciudad sureña a donde las pampas entran por cien caminos y ella se va al mar sobre el deslizante silencio líquido del Río de la Plata. En la urbe admirable en 'donde todo es grande, hasta el aburrimiento', no le dejó descanso su numen magnífico. Pero un día sintió la nostalgia de su tierra lejana y levó anclas hacia el mar del Caribe. Su patria le llegaba, se le adelantaba en las alas del mar, y su deseo de sentirse nuevamente engrandecido al contacto de sus manes gloriosos, se precipitaban a ella sobre las mismas góndolas inmensas de agua y de cristal. Mas un clarín guerrero sonó agudamente y se metió por sus tímpanos, diciéndole que la generosa y pródiga madre Francia era nuevamente amenazada por las hordas de 'Sigfrido' que, olvidado de los horrores de la guerra, otra vez asumía el fiero ademán de la violencia, y como si tras del germano aguerrido y amenazador, hubiera visto el poeta, nutrido de los clásicos, desfilar todos los héroes insensatos de la guerra de Ilión, puso un pequeño paréntesis de sueño entre su vida anterior y su denodado designio. Vio entonces caminar por su mente a los soldados otra vez vestidos de héroes y a las mujeres con espuma de amor en los labios cuando les hablaban; sintió sobre sí un bello uniforme cubierto de escamas preciosas que cambiaban los tonos del brillo y se hacían opacos y tenues para acoger los latidos del corazón femenino, o enceguecedores para asustar a los ancianos timoratos, o multicolores para inspirar a los poetas belicosos, o hirientes en la exactitud de sus reflejos para provocar la ira de los seres susceptibles, y despertó en las trincheras de la Europa trágica, en el comienzo de la tragedia, en 1914, peleando bajo los pliegues de la bandera azul, blanco y rojo, símbolo de patriotismo, libertad y coraje.

De aquellas trincheras el bravo legionario maracaibero, el poeta soldado, sacó una parálisis que entristecíó definitivamente los últimos días de su existencia. Regresó a Maracaibo hacia 1922 y seis años más tarde, por su propia mano, sin gestos ni alardes, con lúcida deliberación previa, se adelantó a la última y tremenda cita, al lance final, menospreciando una gloria que no le era esquiva, pero que él veía como irisado y fugaz globo sin otra consistencia que la que quisiera prestarle su desganado aliento. Por eso prefirió proclamar sobre sus propias sienes y por la boca de una pistola, el imperio universal de la muerte sobre este efímero escenario en que se agitan los actores de un día. Así murió quien fuera un notable bardo, no solo de la lírica venezolana, sino de la continental".

Comentarios