El sacrificio de Atanasio Girardot

Atanasio Girardot. Pintura de Cristóbal Rojas. 
El 30 de septiembre de 1813 caía en combate en la Batalla de Bárbula, en Venezuela, el coronel neogranadino Atanasio Girardot, con apenas 22 años. Su muerte, con la bandera en la mano, fue ilustrada genialmente por Cristóbal Rojas. Transcribimos parte del ensayo Atanasio Girardot, el Coronel abanderado, escrito en 1965 por Cristóbal  L. Mendoza, Francisco Chaux y Luis Villalba. 


"En tanto el sitio de Puerto Cabello se adelanta con favorables perspectivas, arriba a La Guaira el regimiento de Granada, formado por 1.200 soldados veteranos. Ribas, mediante varios ardides, trata de tenderle una emboscada durante la maniobra de ataque de los barcos que lo conducen y por poco logra el intento. Al verse hostilizados y en peligro de caer en manos de los patriotas, enrumban hacia Puerto Cabello y refuerzan la guarnición de la plaza sitiada. Bolívar se convence de que el sostenimiento del sitio representa una pérdida de tiempo precioso para culminar la liberación de Venezuela y procura atraer a los realistas a campo raso; levanta entonces el sitio y se retira a Valencia.

Monteverde acepta el reto, sale con su ejército de Puerto Cabello, sitúa el grueso de las tropas en Las Trincheras y una avanzada ocupa el cerro de Bárbula en los llanos de Naguanagua. Los enemigos se observan cautelosamente durante varios días, desde el 17 en que es levantado el sitio; unos y otros temen una acción sorpresiva y Monteverde pierde la ocasión de asestar un golpe a los patriotas con los refuerzos recibidos.

Finalmente, el 30 de septiembre, Bolívar toma la iniciativa y ordena el ataque contra las avanzadas realistas comandadas por Remigio Bobadilla en Bárbula, por parte de Girardot, Urdaneta y D’Eluyart, con sus respectivos batallones. No obstante la posición desfavorable, arremeten con decisión y coraje tales que en pocos momentos desalojan y ponen en franca desbandada a los realistas. Es este el momento en que se cumple el fatal designio y Atanasio Girardot cae mortalmente herido por una bala perdida, mientras enarbola en las cumbres de Bárbula en estandarte azul celeste, amarillo tostado y rojo que simbolizara la libertad y la República.

En su Historia Militar de Colombia, Don José María Baraya se refiere a Bárbula con estas palabras:

“Pocos momentos antes de librarse el combate de Bárbula, Girardot dirigió a su columna una arenga, que podemos decir divinamente inspirada; pues arrebatrando, al concluirla, el pabellón nacional al portaestandarte del Batallón N° 4 de la Unión, exclamó entusiasmado: ‘Permitid, Dios mío, que yo plante esta bandera sobre la cima de aquel monte; y si es vuestra voluntad que yo perezca en esta empresa, dichoso moriré’. Demasiado fielmente se cumplió la piadosa invocación”.

30 de septiembre. Los ejércitos libertadores están de íntimo duelo y el pabellón de la República flamea a media asta. El Libertador llora la desaparición del joven guerrero que ha sido su brazo derecho en la culminación de la Campaña Admirable, leal amigo, fiel comandante, valiente compañero de armas, acertado y previsor ejecutor de sus órdenes, denodado paladín de la gloriosa empresa de la libertad. La oficialidad y las tropas están transidas de dolor por la irremediable ausencia del bravo capitán que fuera guía y ejemplo, colega insuperable y jefe muy amado. 



Los restos mortales de Girardot son conducidos al anochecer del mismo día a Valencia, permanecen en cámara ardiente hasta el siguiente día, en que se celebran los funerales en la Catedral y se dispone la inhumación en el recinto de la misma, en tanto se cumple su repatriación, la que parece jamás será posible.

Dicta entonces Bolívar la ley de honores a Girardot, el más grande y fastuoso homenaje que el Libertador decretara en el curso de su existencia. Constituye ella el reflejo de la inmensa admiración que profesa por el adalid sacrificado, del reconocimiento de las insignes prendas y aptitudes de que fue dotado, del duelo general que significa para la nación el desdichado suceso y de la propia e intensa pena que embarga al General en Jefe.

No puede concebirse, como algún espíritu malévolo ha sugerido, que honras de tal magnificencia hayan sido dictadas únicamente con el ánimo de ejemplarizar y promover en otros el anhelo de hacerse acreedores a otras semejantes. La ley podrá producir ese resultado, mas solo puede comprenderse esta actitud de Bolívar como nacida espontáneamente de lo más profundo de su mente y de su corazón atribulado. Así autorizan para creerlo las elogiosas expresiones que Girardot le mereciera desde sus primeros contactos y las muy reiteradas y enfáticas que con posterioridad a su muerte estampa en mensajes, discursos y proclamas". 



Rafael Urdaneta narra en sus Memorias el momento de la muerte del coronel neogranadino:


“La caballería de Bolívar quedó fuera de acción, porque estando el enemigo sobre la pendiente de Bárbula solo podía obrar la infantería, que dividida en tres columnas, mandadas por Urdaneta (el general utiliza la tercera persona en sus Memorias), Girardot y D’Elhuyart, no tuvieron más trabajo que el de trepar con arma al brazo hasta la cima del cerro en donde el enemigo hizo algún fuego, pero ya en desorden y huyendo. Un tiro perdido de los españoles quitó la vida al coronel Girardot en el momento mismo en que vencida la subida, decía a Urdaneta, que por otro lado había llegado: ‘Mire Ud. compañero, cómo huyen esos cobardes’. Persiguióse a los españoles, hiciéronse numerosos prisioneros y entrada la noche volvieron los patriotas a su campamento de Naguanagua”.


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