El Día D, venganza en Europa

D-Day. Robert Capa.


La escena parecía salir directa del Apocalipsis de San Juan. El cielo y el mar se nublaron la madrugada del 6 de junio de 1944, conformando una furiosa legión de castigo. Alemania, con Adolfo Hitler a la cabeza, y sus secuaces, habían sembrado el terror en Europa, Asia y África. Ahora, desde América llegaría la venganza.

Las playas de Normandía, al norte de Francia, sirvieron como puerta de entrada a los más de 150 mil soldados norteamericanos en su mayoría, completados por británicos y canadienses. Pero, lejos de la placidez habitual de la fría costa norteña, se desencadenaría el infierno. Aguas y arena con color de sangre. Los nazis resistirían, pero no lograrían frenar a las fuerzas aliadas, bajo el mando supremo del general Dwight D. Eisenhower.

Alemania dominaba el Viejo Continente. Desde 1939 fueron cayendo en su poder Polonia, Francia, los países nórdicos... España, Portugal y la Italia de Benito Mussolini prestaban su apoyo. La svástica ondeaba con fuerza. La Unión Soviética veía como el pacto que firmó el Mariscal Josef Stalin con Hitler se convertía en nada, cuando las fuerzas germanas arrasaban con el territorio ruso. El poderío teutón era imparable.

Pero la batalla de Inglaterra, donde los aviones británicos evitaron la invasión nazi, la tenaz resistencia en Stalingrado y la pérdida del Norte de África frenaron al gigante. Era la hora de cambiar el orden de las cosas.

Portada extra de Panorama con el Desembarco de Normandìa.


Williamson Murray y Allan R. Millett, en su libro La Guerra que había que ganar, plasmaron el cuadro de Normandía en números.

“Más de 7.000 barcos de la marina de guerra participaron en la invasión: 138 barcos de guerra, de acorazados a destructores, proporcionaron fuego de cobertura a las fuerzas de desembarco; 221 barcos de escolta protegieron a los grandes convoyes; y 287 dragaminas y 495 barcos de cabotaje cumplieron diversas misiones. A los buques de guerra había que sumar barcos y lanchas de desembarco y otras embarcaciones anfibias que totalizaban 4.000. El grueso de las fuerzas de tierra aliadas y sus pertrechos iban en 805 cargueros, de petroleros a barcos de municiones, a la vez que 59 barcos de bloqueo formarían los rompeolas para los dos grandes puertos artificiales”.

La flota anglo-norteamericana, como parte de la Operación Overlord, zarpó de distintos puertos ingleses en el Canal de la Mancha.

El general Eisenhower lanzó su orden del día: “Ocasionarán la destrucción de la máquina bélica alemana y la eliminación de la tiranía nazi sobre los pueblos oprimidos de Europa para obtener la seguridad de nosotros mismos en un mundo libre (…) Los hombres libres del mundo marchan juntos hacia la victoria. Tengo plena confianza en vuestro valor, en vuestra devoción al deber ante la batalla. No aceptaremos nada menos la victoria absoluta. Buena suerte y déjennos implorar la bendición del Todopoderoso en esta grande y noble obra”.

La estrategia estaba programada para el 5 de junio. El mal estado del clima obligó, en medio de grandes inquietudes del líder norteamericano, a moverla un día más.

Desde las 3:14 de la mañana del 6 de junio comenzaron los bombardeos aéreos a las defensas alemanas, siguiendo con el lanzamiento de casi 18 mil paracaidistas aliados, cuyo fin era atacar, desde la espalda, a las barricadas nazis. Casi a las 5:00 de la mañana, retumbaron los cañones de las naves.

Las tropas, con un ataque anfibio, iniciaron el desembarco a las 6:30 de la mañana. Lo encabezó el XXI grupo de Ejércitos, bajo el mando del Mariscal británico Bernard Law Montgomery, en las playas denominadas Utah, Omaha, Gold, Sword y Juno.

La tenaz resistencia germana, con el mariscal de campo Gerd von Rundstedt al frente, dificultó el arribo, así como las bravías condiciones del mar. Los nazis armaron un sistema defensivo en el Atlántico que consistía en una valla de acero de unos 2,30 metros de alto y un peso de tres toneladas; le seguía, antes de llegar a la costa, obstáculos con minas Teller, de casi cinco kilos de explosivos, que romperían la protección de un carro de combate. Luego, “puercoespines” de metro y medio de alto, barras de acero entrecruzadas que destrozarían el casco de las embarcaciones que se atrevieran a acercarse. Cerraría la defensa una barrera de guijarros y alambradas de espino, antes de aparecer las temibles ametralladoras de las torres acorazadas.

Los norteamericanos del Primer Ejército del general Omar Bradley pisaron las playas Utah (oeste) y Omaha (centro-oeste). Mientras, los británicos, con el general Miles Dempsey, invadieron las playas Gold (centro), Sword (centro-este) y June (este). Para llegar emplearon medios de desembarco como los Landing Craft Vehicle Personell y los Landing Craft Tank, que llevaban entre 200 y 400 soldados, además de los Landing Ship Tank, que cargaba 18 tanques Sherman, apoyados con fuego aéreo, miles de cazas como el Republic P47 D Thunderbolt y cazabombarderos.

Todos se encontraron con cerca de 15 mil búnkeres alemanes, con piezas de medio calibre o ametralladoras.

El mayor Samuel Atwood Marshall, de la Sección Histórica del Ejército estadounidense, narraba al Canal de Historia: “A las 6:36 horas se bajó la tapa de la lancha número dos y los hombres saltaron al agua, que les llegaba muy por encima de la cintura e incluso más alta que sus cabezas. Golpeada por los morteros, la línea de playa fue barrida inmediatamente por el fuego cruzado de ametralladoras alemanas situadas a ambos lados de la playa”.

Hitler mantenía que el Paso de Calais era el lugar del desembarco principal. El XV Ejército nazi se encontraba allí, esperando el grueso de las fuerzas aliadas. Cuando quiso emitir la orden de asistir a Normandía, 160 mil soldados aliados ya defendían las posiciones ganadas: la operación fue un éxito, pero apenas comenzaba la ofensiva.

La muerte rondaba en las playas francesas. “Tomé una larga caminata por la histórica costa de Normandía”, recordaba el corresponsal de guerra Ernie Pyle, que estuvo en los frentes de África del Norte y Sicilia. “Los hombres dormían en la arena, pero algunos dormían para siempre. Los hombres flotaban en el agua, pero ellos no lo sabían: ya estaban muertos (...) La devastación era enorme y sorprendente”.

El 20 de agosto de 1944, tras el avance canadiense sobre la población de Falaise y la llegada de los hombres del bravo general George S. Patton a Argentan, culminó el ataque en el norte. Los aliados, durante toda la operación de casi dos meses, dejaron a 45 mil muertos y 173 mil heridos; los nazis, a 30 mil muertos, 80 mil heridos y 210 mil prisioneros y desaparecidos.

Desde allí, y en un año, comenzaron a caer uno a uno los bastiones alemanes en Europa. La Unión Soviética, que resistió en Stalingrado la embestida nazi, emprendió el contraataque que terminaría en 1945 con el izamiento de la bandera roja sobre el Reichstag.

El “Día D” forma parte del imaginario norteamericano como la lucha más encarnizada por la victoria sobre el Imperio Nazi. Más de 10 mil efectivos, solo el 6 de junio, quedaron inermes en las playas de Normandía, y la playa Omaha pasó a ser llamada “Omaha, la sangrienta”. La fotografía del mítico Robert Capa y en el cine, películas como El Día más largo (1962), Uno rojo: división de choque (1980) y Salvando al Soldado Ryan (1998) plasmaron el horror de la guerra y el heroísmo de los ejércitos anglo-norteamericanos.

Hoy, en Colleville-sur-Mer, sobre la playa, está el cementerio norteamericano. Casi 10 mil cruces latinas y estrellas de David recuerdan, entre pinos, el tributo a la victoria.

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