Batalla de Inglaterra. |
“La guerra es para la humanidad lo que la
enfermedad para la salud, o el pecado para el alma. Es destrucción y vergüenza;
ataca al alma y al cuerpo, a los individuos y a la colectividad”.
Igino Giordani
La historia de las naciones es la historia de la delincuencia internacional.
Las guerras y los consiguientes despojos territoriales terminan siendo una
transacción comercial asociado al pillaje. Los monumentos y estatuas
conmemorativas de la guerra sólo exaltan las guerras justas sólo que tampoco
hay guerras justas. Las llamadas guerras de Independencia o de Liberación sólo
lo son hasta que los que ganan sustituyen a los opresores y se procede a la
reconstrucción de la catástrofe erigiendo construcciones mentales
justificadoras asociadas al nacionalismo y el heroísmo patriótico. El
colonialismo e imperialismo europeos hicieron del intervencionismo
internacional desde el siglo XVI hasta 1939 un hecho civilizatorio sin reparar
que sus víctimas mundiales no les interesó un ápice ser civilizados.
La guerra es un homicidio en masa y su
recurrencia desde los albores de la humanidad nos coloca frente al innegable
hecho de que el hombre es el lobo del hombre. “Porque el hombre es el resultado
de una decisión tomada “en el comienzo de los tiempos”: la de matar para
sobrevivir. En efecto, los homínidos consiguen superar a sus “antepasados”
haciéndose carnívoros”, Mircea Eliade. ¿Estamos condenados inexorablemente a la
guerra y a la violencia para dirimir ya no sólo las necesidades más primarias
sino el pecado de existir? La respuesta, de acuerdo a la evidencia forense de
tipo social, y hasta existencial, es afirmativa. Otro tanto sucede con la
venganza como el principal motivo, aparte de la satisfacción de los intereses
económicos, para aventurarse en la matanza. “No vengarse es encadenarse a la
idea del perdón, es hundirse en ella, es tornarse impuro a causa del odio que
se le ahoga a uno dentro”. E.M. Cioran.
La Batalla de Inglaterra en el segundo
semestre del año 1940 fue la batalla aérea más importante en la historia de las
naciones. Hitler había pulverizado con la Blitzkrieg a los polacos en tres
semanas en 1939 y a Francia en seis semanas en 1940. Toda la Europa continental
estaba bajo sus pies salvo la URSS. En Mi Lucha (1925) había dejado bien en
claro que la perdición de Alemania en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue
la de abrir dos frentes de guerra a la vez y que esto no volvería a pasar.
Hitler, sobreestimó sus capacidades y sus éxitos iniciales le hicieron perder
la objetividad. Con Francia vencida y una Inglaterra sola y aislada en su isla
Hitler calculó que negociar la paz con ella sería cuestión de trámite. En
realidad, Hitler tenía sus ojos puestos en la URSS y en 1941 cayó sobre ella
contraviniendo la tesis de los dos frentes de guerra.
Previamente, en 1940, hay dos sucesos que
fueron determinantes: Dunkerque, dónde fue rescatado buena parte del Ejército
Expedicionario Británico condenado a una ratonera prácticamente sin
escapatoria; y la fallida Operación León Marino que supuso un plan de invasión
sobre Inglaterra. Sólo que para atravesar el Canal de la Mancha se tenía que
controlar el aire. Y en esto la RAF (Royal Air Force) le ganó a la Luftwaffe de
Goering. Hitler de haber querido, pudo haber volcado toda su maquinaria de
guerra contra Inglaterra y no fue así.
La invasión de Inglaterra no fue algo
prioritario para un Hitler heredero de la vocación continental prusiana siempre
pospuesta o anulada por Francia al oeste y rusos al este. Y en esto residió su
perdición al comprometerse en una empresa más allá de sus posibilidades reales.
Hitler, no sólo quería resarcir el orgullo nacional herido sino la construcción
real del III Reich alemán; además, le ganó el desprecio por los pueblos eslavos
a los que consideró humanamente inferiores y una presa fácil a sus designios
delirantes. Que ésta marcha de la locura haya estado acompañado casi por la
unanimidad de toda la sociedad alemana sigue siendo tema de asombro. Por otro
lado, a Hitler le sucedió lo que le sucede a todos los tiranos y hombres de
poder que pierden el sentido de la realidad y carecen de contrapesos: “Nada tan
frecuente con hallar poderosos que creen saberlo todo, sin saber nada, incluso
ignorando las verdades más esenciales y rudimentarias”, Epicteto. De repente,
el Führer, y contra todos los pronósticos, ya sabía más de tácticas y
estrategias militares que los más brillantes y competentes generales de carrera
de su propio ejército: la ignorancia como audacia.
Las horas más oscuras. |
El cine puede que sea la historia gráfica y
visual mejor contada sobre la historia contemporánea. Sólo que es un documento
básicamente de propaganda. No tenemos aún la versión alemana de la Batalla de
Inglaterra que nos permitiría ampliar nuestro conocimiento sobre ella. En
cambio, manejamos las versiones estadounidenses, británicas y soviéticas que
sobreabundan en una apología heroica del vencedor en la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945). En el caso que nos ocupa hay dos películas recientes que rememoran
este episodio. Una es: “Las horas más oscuras” (2017) de Joe Wright y la otra
es “Dunkerque” (2017) de Christopher Nolan.
En “Las horas más oscuras” se nos ofrece la
deificación de Winston Churchill (1874-1965) como el líder de la guerra que no
se doblegó ante una adversidad que en 1940 se presentó como inexorable y
ofreciendo voluntad y esperanza a todo su pueblo desde un liderazgo fuerte basado
en la convicción del triunfo final. La película lo muestra convincente en sus
propósitos, y hasta humanamente atractivo desde el más rancio patriotismo; todo
esto en contraste con el rey, el denostado Neville Chamberlain y el cauto Halifax
que en ese entonces fue Ministro de Asuntos Exteriores y que abogaron por
proponer un acuerdo de paz con Hitler. La película pone en relieve la doble
batalla de Churchill a dos manos; tanto en su propio frente interior en que su
partido no le quería y ante la belicosa Alemania de Hitler.
El malas pulgas y aristocrático Winston
Churchill es convertido en mito sin manchas y hoy forma parte junto a Isabel
II, Oliver Cromwell, el Almirante Nelson y Arthur Wellesley en los grandes
héroes marciales arquitectos de la grandeza de Inglaterra como potencia
mundial. Inglaterra construyó su propia pasión nacional en tres
actos: en 1588 cuando la España de Felipe II intentó la invasión marítima con
la armada “Invencible”; en 1805 en Trafalgar cuando la flota francesa de
Napoleón y sus aliados españoles fueron derrotados por el almirante Nelson y
finalmente en 1940 cuando los intentos de Hitler de pisar el suelo inglés
fueron repelidos desde el aire.
Dunkerque |
La otra película que mantiene la misma
línea patriótica de exaltación de Inglaterra ya en un tono no biográfico sino
más social es “Dunkerque” de Nolan. Impecable reconstrucción escénica, quizás
sea la mejor en su tipo, nos muestra de una forma minimalista, en la misma
línea de la primera media hora de “Salvar el soldado Ryan” (1998) de Spielberg,
los absurdos de la guerra y de cómo en la guerra moderna la heroicidad es
suplantada por la carnicería más brutal, anónima y técnica. Aunque también
Nolan logra exaltar el rescate de los ingleses varados en la playa francesa a
través del esfuerzo nacional como empresa colectiva democrática de una
solidaridad patriótica sin discusión.
Dunkerque. |
Las guerras y sus miserias terminan siendo
asumidas como espectáculo y entretenimiento cuando su hecho como tal está
asociado siempre a la tragedia. Sólo que es el recurso de los vencedores y
nunca de los derrotados. Los derrotados diluyen sus padecimientos, entre la
vergüenza y humillación, aliándose con el olvido. Sólo que el olvido nunca es
suficiente y hace del rencor silencioso una poderosa fuerza que unas nuevas
circunstancias servirán de aliciente para restaurar la reparadora revancha: la
cólera de Dios. Y así la rueda trágica de la historia nunca se detiene. Ya no
matamos para sobrevivir sino como un acto de la vanidad suprema ante la
ausencia de la fe y la sabiduría (Kierkegaard).
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