Napoleón Bonaparte |
La historia es el olvido. Relatos desde una
amnesia colectiva que solo el Poder es capaz de rescatar algo, sólo algo, y
para un usufructo vil como memoria domesticada. El mito y la fábula son más
poderosos. Sí esto es así la historia es una variante de la literatura que se
ufana de una consistencia científica que en realidad carece. Me acabo de topar
con esta cita imperdible de Carlos Fuentes: «La Historia es ficción, la
realidad es apócrifa, el Nuevo Testamento fue escrito por Julio Verne». Sólo
bastaría agregar, para completar todo un curso de Teoría y Metodología de la
Historia, que la historia es el historiador.
Las versiones al uso sobre la Independencia
Hispanoamericana (1750-1830) tienen a dos súper héroes: Bolívar y San Martín,
acompañados por una “Liga de la Justicia” a los cuales han hecho llamar: los
próceres. Bolívar, fue El Libertador; y San Martín, El Protector. Esta manía
por apodar y sobredimensionar las muy limitadas capacidades humanas se sigue
manteniendo hasta el presente.
Desde las nuevas nacionalidades a partir de
1830, en realidad una balcanización territorial engorrosa, hecha a la medida de
los nuevos colonialistas ingleses y estadounidenses, nuestra memoria quedó en
blanco. Ni indios, ni negros, ni españoles, sólo un “pequeño género humano”
(Bolívar, Carta de Jamaica, 1815). La criollización de nuestra nueva identidad
surgió desde la duda y el rencor. El igualitarismo se proclamó alrededor
de leyes que los mismos poderosos se encargaban de pisotear. El caudillismo nos
definió y hundió a la vez en un atraso político mediocre. Agréguele, la
vertiente militarista actual, como derivado de una nación que se hizo desde los
campamentos y tropelías.
La Independencia fue un triunfo militar.
Hasta ahí. Luego no hay más logros en la continuidad del tiempo. España
fue negada e ignorada. Los tres siglos coloniales formaban parte de una leyenda
negra; y Bolívar, “el luminoso”, siendo aristócrata y civil, se transfigura en
militar y reformador social. Sólo que los contemporáneos de Bolívar, y
básicamente sus más queridos aliados como Páez y Santander, lo negarían por
completo. Hasta que ya muerto en 1830, su recuerdo fue rescatado en 1842. En el
caso venezolano, nuestros militares han cobrado, fuerte y duro, desde hace
doscientos años, el haber inventado que la “libertad nacional” se la debemos a
ellos.
Napoleón Bonaparte |
En realidad, el padre de la nueva patria
americana es Napoleón Bonaparte (1769-1821). Seguimos estudiando las causas de
la Independencia continental desde unas apreciaciones equivocadas. Haciendo
descansar las principales interpretaciones desde una ideología de Estado.
Bolívar no hubiese existido sí Napoleón
Bonaparte y sus ejércitos no hubiesen invadido España y Portugal en el año 1808
llevando al cautiverio a sus dos reyes borbónicos: Carlos IV y Fernando VII.
España, la Metrópoli, se desvaneció. Y los súbditos en América, la inmensa
mayoría feliz con la dominación hispánica, no supieron cómo reaccionar ante un
cambio tan drástico y radical.
Es bueno advertir, que Napoleón Bonaparte,
y esto forma parte de las ironías de la historia, fue un tirano más que
contraviene el título de este ensayo.
Hay historiadores marginales, en realidad
los más originales y de valía, que han sostenido la tesis que nuestra
Independencia tiene que ser explicada y entendida no desde el descontento
americano, algo que ya Michael P. McKinley (“Caracas antes de la
independencia”, 1993) y otros han comprobado, sino como un proceso basado en la
conflictividad geopolítica de las grandes potencias europeas de ese entonces,
básicamente Francia e Inglaterra. Así tenemos que el corolario a las Guerras
Napoleónicas (1799-1815) será la pretensión de Inglaterra de reinar sobre los
despojos coloniales de España y Portugal en ultramar, muy especialmente, los territorios
americanos. Mientras Francia es una potencia militar terrestre; los ingleses
basan su poderío en el dominio de los océanos y mares. Su ventaja comercial con
el apoyo marítimo será su principal sostenedor.
No obstante, como Maquiavelo y muchos
geniales observadores de la política realista explican: el enemigo de hoy puede
ser mañana mi mejor aliado. Inglaterra apoyó a Francisco de Miranda a invadir
los territorios del Caribe español en 1806 así como ella misma lo intentó hacer
ese mismo año sobre Buenos Aires. El expediente de la rivalidad inglesa y
española tenemos que rastrearla hasta los tiempos de Felipe II y la Armada
Invencible en 1588. Francia, desde los Pactos de Familia (1733-1789), fue una
estrecha aliada de España. Recordemos que estaban emparentados por la Casa de
Borbón. Todo esto cambió cuando estalló la Revolución Francesa (1789) y sobre
las cenizas del terror se encumbró Napoleón Bonaparte haciendo que el juego de
alianzas se pusiera de cabezas.
Ya en ese entonces a Inglaterra no le
interesaba revolucionar los dominios españoles en América porque hizo de la
“neutralidad” ante las sublevaciones americanas a partir de 1810, su nueva
política oficial. Esto explica la fallida misión diplomática de Bolívar, López
Méndez y Andrés Bello en Londres luego del 5 de Julio de 1811 y la reticencia
inglesa a darles el reconocimiento y ayuda militar que solicitaron.
Ya todo cambiaría después de la Batalla de
Waterloo en 1815 donde Napoleón fue definitivamente derrotado y las
sublevaciones en América se estaban produciendo desde una conflictividad
endógena muy cruel, sobretodo, en el escenario venezolano a partir de la
Declaración de la Guerra a Muerte (1813).
Así tenemos que el catalizador “social” de
todo el proceso emancipador hispanoamericano fue Napoleón Bonaparte como
derivación de la Revolución Francesa iniciada en 1789 y que llevó a la guillotina
al monarca Luis XVI. Esta perspectiva es más justa y centrada que la dominante
al uso que nos habla de un descontento generalizado de una población colonial
privada de sus derechos y con ansias de libertad hacia un modelo de sociedad
abierta republicano. Y además, hay otro aspecto prácticamente censurado en
nuestros libros escolares de historia patria y nacional, que es la
Independencia de España entre los años 1808 y 1814. Un conflicto de “liberación
nacional” donde el pueblo español se levantó contra el invasor francés y que
Benito Pérez Galdós (1843-1920) se encargó de mitologizar de la misma forma
como aquí hizo Eduardo Blanco (1839-1912) con su “Venezuela Heroica” (1881).
España como potencia colonial, como Estado
Monárquico, fue indiferente al destino o bienestar de sus súbditos americanos,
en realidad, su principal preocupación fue saquear sus tesoros y explotar a sus
habitantes originarios junto a los esclavos negros traídos por la fuerza desde
África como mano de obra indispensable. Y no es que los españoles hayan
sido unos monstruos, sino que esa era la lógica del comportamiento de todas las
potencias europeas para la época del despliegue capitalista sobre una dinámica
mundial luego de 1492. Otro asunto fueron los problemas de consciencia de
raíz moral, teológica y filosófica que surgieron en torno a la Iglesia católica
y el proceso de Evangelización que produjo intensos debates entre quienes
abogaban por un trato humanitario a los indígenas (Las Casas, 1474-1566) y
quienes fueron partidarios de su esclavitud (Sepúlveda, 1490-1573).
En realidad, los tres siglos coloniales
fueron autárquicos. El inmenso océano, la rusticidad de los transportes de
navegación y terrestres así como la inmensidad de la geografía americana
hicieron de España una Metrópoli prácticamente ausente de América. Es por ello
que la verdadera dominación derivó de los descendientes de los primeros
colonizadores, los llamados blancos criollos, paradójicamente, al final, los
artífices de la misma Independencia.
Así tenemos que la historia es un proceso
multilineal muy complejo, donde sus muchas partes, se imbrican de una forma
caótica, proclive a una confusión feroz. Por eso la historia son las muchas
historias y sólo la pericia y sensatez nos pueden ayudar a obtener una
comprensión más serena y plural, más amplia y justa, aunque siempre imperfecta.
Comentarios
Publicar un comentario