Guerra irregular en la Independencia de Venezuela (1810-1823), por Ángel Lombardi Boscán

Guerra de Independencia, por Antonio Bosch Penalva
Guerra de Independencia, por Antonio Bosch Penalva


Básicamente todo lo que escribimos sobre el pasado es un debate anacrónico. Porqué nuestro presente y circunstancias como autores nos condicionan. ¿Guerra civil? Cuando hoy los civiles están más asociados a la ciudadanía y modernidad que no fue el caso de la matazón de nuestra guerra separatista en contra de Francia. ¿Francia? ¿Cómo así? Entre 1808 y 1814 no había España sino una España invadida por la Francia de Napoleón Bonaparte. Recuperar ésta visión pondría de cabeza todo lo que nos han enseñado en la escuela acerca de una Independencia en contra de la perversa España y su vocación colonialista.

Esto nos lleva a otro debate no menos controversial: el de los ejércitos y sus regulaciones; el de los grados militares y el adiestramiento militar a través de escuelas y academias. A la mayoría nos han hecho creer que en nuestra Guerra de Independencia hubo dos ejércitos claramente delineados y con unos procedimientos profesionales sólo corroborados por las impactantes pinturas de Tito Salas o las florituras de la prosa romántica de Eduardo Blanco en “Venezuela Heroica” (1881). Hay un dato que es revelador: la Academia Militar en Venezuela fue fundada en 1903. Por lo tanto el “ejército libertador” estuvo conformado por soldados y oficialidad de irregulares provenientes de la vida civil del momento.

Otro tanto habría que decir del “ejército de ocupación español” sobre Venezuela y América conformado por algunos regimientos fijos de militares peninsulares casi anecdóticos y que hicieron de las fortalezas en los puertos más estratégicos los bastiones efectivos contra una invasión desde el exterior de sus principales adversarios geopolíticos como lo fueron Inglaterra, Francia y Holanda. Para mantener el orden doméstico les bastaron las milicias locales formadas por los propios americanos, en su mayoría, blancos criollos, que fueron los “hijos” de los primeros conquistadores, y por lo tanto sus herederos, en la cúspide de la jerarquía social.

Llaneros venezolanos en la Guerra de Independencia, por Antonio Bosch Penalva
Llaneros venezolanos en la Guerra de Independencia, por Antonio Bosch Penalva


1808 es año clave. Fernando VII fue apresado y el juntismo tanto el peninsular como el americano se hermanaron para resistir al usurpador francés. El 19 de abril de 1810 es un acto desesperado de la elite caraqueña mantuana para cambiar lo que no quieren cambiar y sí mucho salvaguardar. Sólo que Caracas no era toda Venezuela. Y la transición de colonia a república desató los odios sociales que ninguna policía local pudo contener. Los sucesos de Haití (1791-1804) se replicaron en Venezuela con un radio acción y daños descomunales.

Primero hubo la reacción de los canarios con Monteverde en 1812: blancos pobres que no aceptaron la preeminencia de los americanos criollos y sus afanes republicanos. Luego apareció Boves en 1814 junto a la Venezuela cimarrona acabando con el experimento ilustrado y jacobino de Bolívar y aliados. En todo éste proceso asimétrico y confuso en que los bandos se mataban sin saber por qué se mataban, la mayoría de los combatientes carecían de un adiestramiento militar formal: se hacían soldados y generales en el terreno.

Para financiar a estos soldados y sus batallas no había financiamiento por parte de ningún Estado. España no existía en Venezuela y Venezuela era un Estado en el papel y en la bancarrota. La guerra se alimentaba de la guerra misma: precepto napoleónico que aderezado con el Decreto de la Guerra a Muerte (1813) extralimitó los abusos y crueldades de parte y parte.

Esto nos lleva a otra conclusión un tanto desconcertante: los principios de libertad e igualdad de tipo liberal que los filósofos y teóricos del momento justificaron para ir a las armas no estaban en las mentes de la mayoría de los soldados. La reelaboración simbólica del relato de la Independencia de los ganadores suplanta realidades históricas muy crudas y que han dado forma a todo un cuerpo teórico de populismo histórico al servicio de guardias pretorianas y dictadorzuelos en nuestra América Latina.

En 1815, Fernando VII, ya repuesto en el trono, y demostrando una vocación hacia el suicidio político, decidió contra todo pronóstico la reconquista militar de América con un puñado de 12.000 soldados que el poderoso trópico tragó en menos de dos años. Morillo, militar competente, sustituyó a sus soldados europeos por los americanos y logró aguantar el inevitable desgaste de una guerra brutal hasta principios de 1821 cuando su abandono decretó la derrota de los partidarios del realismo en la Costa Firme.

Guerra civil entre súbditos leales y súbditos rebeldes es lo que hubo en Venezuela sin las formalidades marciales que nos han hecho creer; y además, con un costo tan alto en vidas humanas y destrucción de las bases materiales y espirituales de todo el país que sólo la aparición de la riqueza petrolera a partir de las primeras décadas del siglo XX pasado intentó curar. El legado militarista nacional bebió en una gesta cuyas lecturas mitológicas las ha construido a su medida y poco tiene que ver con la exactitud de los hechos en sí.

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