Rafael Urdaneta, el deber antes que la vida: los últimos años de "El Brillante"

“Un hombre de su prestigio no puede permanecer olvidado en un oscuro rincón de la provincia”. La Venezuela que se levantaba de las ruinas de la Guerra de Independencia, encabezada por el presidente Carlos Soublette, rogaba contar con el general Rafael Urdaneta. La rectitud moral y el sentido del deber del marabino lo obligaban a volver a la palestra.

Corría el año 1837. Luego de estar al frente de las huestes de Simón Bolívar, de batallar por casi todo el territorio venezolano, hasta expulsar al Imperio español del norte de Suramérica, la suerte le dio la espalda al héroe. Primero la expulsión de la Nueva Granada, tras intentar mantener con vida a la Gran Colombia; luego el desprecio de los líderes venezolanos, que lo veían como una pieza del “odiado” Libertador; el exilio, los malos resultados en los negocios, los problemas de salud…

No era fácil la realidad del “Brillante”. Luego de su rehabilitación política, gracias a su antiguo compañero Soublette, que intercedió ante el general José Antonio Páez, Urdaneta volvió a ser tomado en cuenta, siempre como símbolo de conciliación. “Si Bolívar se llamó a sí mismo ‘el hombre de las dificultades’ –señalaba Augusto Mijares-, Urdaneta pudo llamarse ‘el hombre de las responsabilidades’, porque tanto en la guerra como en la administración pública siempre le tocaron las misiones más difíciles y todas supo cumplirlas con el solo propósito de servir a la patria y el más puro desinterés”.

Se dedicó a un pequeño fundo en Turupía, estado Falcón, con la intención de vivir alejado de las intrigas. “A mí me basta proceder bien sin hacer ruido; yo no quiero sino el bien de la patria, sin que para mí desee ya nada que me haga lucir en el mundo”, había escrito en 1826 a Francisco de Paula Santander. Tal era su pensamiento de toda la vida. Pero la nación venezolana de la primera década posterior a la división de la Gran Colombia requería su conocimiento y su ascendencia en la sociedad.

En Maracaibo restituyó la paz cuando las distintas facciones aspiraban al poder en 1835. Dos años después era elegido senador por la provincia de Coro, y allí es cuando ocurre su designación como Secretario de Guerra –hoy sería el equivalente a Ministro de Defensa- por parte del presidente Soublette, hombre de alta moral, como la del marabino. En 1838 volvió a hacer frente a una revuelta en la capital del Lago, esta vez con el coronel Francisco María Faría al frente, que terminó con el fusilamiento del militar altagraciano en lo que hoy es la Plaza Bolívar.

Tras 29 años de servicios militares, el 18 de octubre de 1839 el general Urdaneta reclama una pensión al Presidente de la República. Allí expone el marabino su largo calvario durante las Guerras de Emancipación: “Fui herido en la batalla de Semen en 1818, y en 1820 marchando con tropas por la montaña inundada de San Camilo y durmiendo sobre el lodo por más de 10 noches, contraje el reumatismo del que sufrí por seis años los más acerbos dolores…”.

Lo que más lamentaba “El Brillante” era la pérdida progresiva de la visión: “Es verdad que cuando terminó la guerra de la independencia no la había perdido, pero el rigor de las estaciones, la vida agitada y penosa de nuestras campañas, las enfermedades sufridas entonces y el tratamiento dispuesto me habían predispuesto a cegar; tal fue la opinión del señor doctor José María Vargas en 1835”.

Urdaneta comenzó sufriendo del ojo izquierdo, cuya vista perdió totalmente con el paso de los años. “Hoy me encuentro”, señalaba en su exposición de motivos para solicitar la pensión de invalidez, “en uno de esos momentos de amargura, que me hacen temer no ver más la luz; apenas puedo firmar, mi mal sigue su curso, y en la opinión de los médicos debo cegar del todo”.

El doctor Freddy Rodríguez Sánchez, en su libro Enfermos de Libertad, considera que el padecimiento de Urdaneta corresponde a una atrofia óptica hereditaria. “Es una rara enfermedad descrita por Leber en 1871, con rasgos recesivos (…) puede observarse predominalmente en hombres y generalmente comienza en la segunda o tercera décadas de la vida”.

Para 1842 se dedicó a proteger la memoria del Libertador con la creación de la Sociedad Bolivariana, de la que fue su primer presidente. Además, dirigió los actos de recibimiento de los restos del insigne caraqueño. “El General en Jefe se emociona vivamente, comandar las tropas que rendirán honores a su grande y respetado amigo es un honor que excede a todo lo imaginado. Sobreponiéndose a sus achaques, viste por última vez en su vida el uniforme militar con el que ganó tantos lauros”, describe el historiador Oscar Rojas Jiménez.

Posteriormente se le diagnosticó una litiasis de vías urinarias que obligaba a una intervención quirúrgica, postergada por su alto sentido del deber: fue encargado por el presidente Soublette para negociar un tratado de Reconocimiento, Paz y Amistad con el Reino de España.

Madrid firmó el documento el 30 de marzo de 1845, llevándolo a Venezuela un comisionado especial de Isabel II. El Congreso nacional lo ratificó en sus sesiones el 20 de mayo, según indica Monseñor Gustavo Ocando Yamarte, en su Historia del Zulia. El comisionado especial que escogió el Gobierno venezolano era el general Urdaneta, bajo fecha del 13 de junio.

Además del tratado, se firmaría un empréstito –de acuerdo con el historiador González Guinán, para indemnizar a los propietarios de esclavos en pro de la emancipación de éstos.

El patriota, que por enfermedad no asistió a batallas como la de Carabobo en 1821 y se perdió la gloria de consolidar la libertad en el Sur, que recogió finalmente Antonio José de Sucre, no cedería hasta alcanzar su última misión. Esta decisión le costó la vida.

El 21 viajaba a Madrid, con sus hijos Rafael Guillermo y Luciano, por la vía Inglaterra-Francia, pero en Londres comenzó a sentir los síntomas de la enfermedad. Allí se le recomendó la operación, a la que se negó. Llegando a París no pudo aguantar más.

Rafael Guillermo narró al presidente Soublette, en una carta fechada en París el 30 de agosto de 1845, los pormenores del fallecimiento del insigne marabino.

“Ni los esfuerzos del acreditado Dr. Civiale, ni los Dres. Valpeau, Marjolin, Chomel y otros a quienes llamé en tan apuradas circunstancias fueron bastante para salvarle: la irritación había degenerado en inflamación, los riñones estaban desechos y la vejiga enteramente dañada; era, pues, imposible que mi padre viviera más tiempo y los médicos no podían hacer milagros. El 21, como último recurso, quisieron los médicos hacer la operación de la talla, pero después reflexionaron que sería martirizar a mi padre inútilmente y hacerlo morir dos días antes, pues en el estado en que se encontraba, no habría podido resistir”.

Continúa el hijo del prócer: “El 22 (de agosto), a las dos de la madrugada, le entró una gran fatiga en el pecho; llamé inmediatamente al Dr. Civiale, y éste me dijo redondamente que mi padre no duraría 24 horas más. En efecto, todo aquel día estuvo con la fatiga, orinando gotas de sangre pura, cada dos o tres minutos, sufriendo dolores atroces hasta las doce y media de la noche que exhaló el último suspiro al acercarle yo a los labios un vaso de agua que me había pedido”.

Cuando el coronel granadino Joaquín Acosta recomendó que dejara un testamento, respondió el moribundo: “No dejo en el mundo sino una viuda y once hijos en la mayor pobreza”. Aún más: pidió a Rafael Guillermo que reintegrara al tesoro público el anticipo por la tarea que no alcanzaría a cumplir.

Tras la muerte de Urdaneta, a las 2:30 de la tarde del 23 de agosto de 1845 en París, los médicos procedieron a realizarle la autopsia para descubrir el mal que aquejaba al general. Allí descubrirían, en palabras de su hijo, “la piedra más colosal que ahora se ha visto (…) todos nos hemos quedado admirados de que mi padre haya vivido tanto tiempo y haya tenido tanta resistencia para sufrir los dolores atroces que le producía esta piedra”.

En la actualidad puede verse, en el Museo Rafael Urdaneta de Maracaibo, el cálculo vesicular de casi 7 centímetros y 134 gramos que ocasionó la muerte del héroe zuliano. Su composición es de oxanato de calcio 48,7%, oxanato de amonio 29,09%, fosfato de calcio 22,1%.

Los restos de Urdaneta fueron velados en la iglesia de La Magdalena; el bergantín Nancy llegó a La Guaira el 23 de octubre de ese año para ser recibidos por sus familiares el 24… fecha de conmemoración de su natalicio.

El 16 de mayo de 1876, el cuerpo del general Rafael Urdaneta ingresó al Panteón Nacional, donde el sarcófago que lo contiene y una estatua recuerdan al visitante que allí está “el más constante y sereno oficial del Ejército”. El héroe que supo dejar su vida por el deber.

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