El encuentro entre Bolívar y Morillo. |
El 27 de noviembre de 1820 se encuentran en el pueblo de Santa Ana, en Trujillo, Simón Bolívar y Pablo Morillo, luego de que sus delegaciones firmaran los tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra. Colombia y España, cara a cara, ponían fin a la Guerra a Muerte que asolaba el continente desde 1813.
El historiador Augusto Mijares plasmó el encuentro y sus reacciones en la biografía de Bolivar, intitulada El Libertador (1969).
Quedaba, pues, reconocida la existencia de la República, y Colombia comenzaba a tratar con su antigua metrópoli de igual a igual. Desde luego, los jefes españoles se dirigen ahora a Bolívar como Presidente del nuevo Estado. Por fin veían desaparecer los republicanos aquellos calificativos de traidores, rebeldes, insurgentes, que durante diez años habían caído sobre ellos y que tanto habían impresionado al pueblo. Hasta el hermano del Norte y la “libre Inglaterra” se los habían repetido. Bolívar manifiesta varias veces en sus cartas la alegría y el orgullo de aquel triunfo. Tenía razón. Durante mucho tiempo solo había considerado como suyo el terreno que pisaba con sus tropas y de haber caído en manos de los realistas habría sido ahorcado o fusilado por la espalda. Ahora era el representante de una gran nación que se extendía desde las bocas del Orinoco hasta las fronteras del Perú.
Bolívar y Morillo supervisan la colocación de la primera piedra del monumento en honor a la entrevista de Santa Ana. |
Al día siguiente de haberse firmado el tratado de armisticio, y de acuerdo con una de sus cláusulas, se firmó otro que se llamó de regularización de la guerra. Este convenio, que Bolívar había llamado ‘verdaderamente santo’, cuando lo propuso a Morillo, volvía a someter la lucha entre los dos bandos a los principios de humanidad y del derecho de gentes. Sus cláusulas eran tan amplias que la número 4, por ejemplo, establecía: ‘Los militares o dependientes de un ejército, que se aprehendan heridos o enfermos en los hospitales o fuera de ellos, no serán prisioneros de guerra, y tendrán libertad para restituirse a las banderas a que pertenecen luego que se hayan reestablecido’. Aún hoy nos contagia la emoción con que el Libertador le escribía a Santander: ‘El tratado que regulariza la guerra nos hace un grande honor, porque ha sido propuesto todo por nosotros’.
Ambos tratados fueron concluidos por medio de plenipotenciarios, pero una vez firmados, Morillo propuso a Bolívar una entrevista personal y el Libertador aceptó con entusiasmo. Se efectuó el día 27 en la población de Santa Ana, que se encontraba entre la ciudad de Trujillo, ocupada por Bolívar, y el pueblo de Carache, a donde había llegado Morillo.
Tanto el jefe español como el republicano dejaron narraciones de ese encuentro extraordinariamente expresivas.
Pablo Morillo. |
‘Acabo de llegar –escribió Morillo al dia siguiente- del pueblo de Santa Ana, en donde pasé ayer uno de los días más alegres de mi vida en compañía de Bolívar y de varios oficiales de su estado mayor a quienes abrazamos con el mayor cariño. Bolívar vino solo con sus oficiales, entregado a la buena fe y a la amistad, y yo hice retirar inmediatamente una pequeña escolta que me acompañaba. No puede Ud. Ni nadie persuadirse de lo interesante que fue esta entrevista, ni de la cordialidad y amor que reinó en ella. Todos hicimos locuras de contento, pareciéndonos un sueño el vernos allí reunidos como españoles, hermanos y amigos. Crea Ud. que la franqueza y sinceridad reinaron en esta reunión. Bolívar estaba exaltado de alegría; nos abrazamos un millón de veces y determinamos erigir un monumento para eterna memoria del principio de nuestra reconciliación en el sitio en que nos dimos el primer abrazo’.
Simón Bolívar, por Tito Salas. |
Bolívar, por su parte, escribía a Santander: ‘Desde Morillo abajo se han disputado todos los españoles en los obsequios con que nos han distinguido y en las protestas de amistad hacia nosotros. Un aplauso a nuestra constancia y al valor que ha singularizado a los colombianos, los vítores que han repetido al ejército libertador; en fin, manifestaciones de sus deseos por la amistad de Colombia a España, un pesar por los desastres pasados en que estaban envueltos su pasión y la nuestra, últimamente la pureza de este lenguaje, que es ciertamente de sus corazones, me arrancaron algunas lágrimas y un sentimiento de ternura hacia algunos de ellos. Hubo brindis de mucha atención y de la invención más bella, pero me han complacido sobremanera los del coronel Tello y el general La Torre. El primero, ‘por los triunfos de Boyacá que han dado la libertad a Colombia’. El segundo, ‘por los colombianos y españoles que unidos marchen hasta los infiernos si es necesario contra los déspotas y los tiranos’. Morillo brindó, entre muchos otros particulares muy entusiastas y liberales, ‘por los héroes que han muerto combatiendo por la causa de su patria y de su libertad’. En fin, sería necesario un volumen para decir los brindis que tuvieron lugar porque, como he indicado, cada español disputaba a los demás el honor de elogiarnos. Nosotros retribuimos a sus brindis con justicia y moderación y complaciéndolos bastantemente. El general Morillo propuso que se levantase una pirámide en el lugar donde él me recibió y nos abrazamos, que fuese un monumento para recordar el primer día de la amistad de españoles y colombianos, la cual se respetase eternamente; ha destinado un oficial de ingenieros y yo debo mandar otro para que sigan la obra. Nosotros mismos la comenzamos poniendo la primera piedra que servirá en su base. El general La Torre me ha agradado mucho: está resistido a ser solo español; asegura que no se embarcará jamás, sea cual fuere la suerte de la guerra; que él pertenece a Colombia y que los colombianos lo han de recibir como hermano. Esta expresión, hecha con mucha nobleza y dignidad, me ha excitado por él un grande aprecio. Me ha protestado que agotará todo su influjo para que la guerra sea terminada, porque está resuelto a no desenvainar la espada contra nosotros; que su influjo valdrá mucho, porque cree quedar con el mando del ejército, según anuncian que viene el permiso de retirarse al general Morillo’.
Monumento a Bolívar y Morillo, en Santa Ana. |
En la misma carta agregaba el Libertador: ‘Después de esta entrevista no parece regular que hablemos más en nuestros papeles públicos contra estos señores. Yo se los he ofrecido así, y es menester cumplirlo, porque además conviene a nuestra política manifestar que no hemos sido nosotros los encarnizados enemigos de los españoles, sino cuando ellos lo han sido nuestros y que, cuando se entrevé la paz, los recibimos como amigos… Al imprimir los tratados, especialmente el de regularización de la guerra, es menester hacer algún elogio de los negociadores españoles que son excelentes sujetos y muy humanos; pero se distinguirá al brigadier Correa que, sin duda, es el mejor hombre que pisa la tierra”.
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