Un muro británico en Carabobo: el aporte de los legionarios a la victoria patriota

“Simón conoce muy bien que ni por su linda cara ni por su gloria, ni por su república, viene de su patria ningún inglés a que le den un lanzazo y acabe su papel”.

El sarcasmo de la realista Gaceta de Caracas del 31 de marzo de 1819, número 241, se convirtió en papel mojado: dos años después, un puñado de legionarios británicos resultó decisivo en la Batalla de Carabobo.

Bajo el mando supremo de Simón Bolívar, el 24 de junio de 1821, la Legión Británica, conformada por 350 efectivos, se convirtió en un “muro de granito” –palabras de don Eduardo Blanco en su Venezuela Heroica- que contribuyó a la victoria patriota, esencial para la conquista de Caracas, duro golpe de cara a la liberación del país.

Contingentes conformados por ingleses, irlandeses y escoceses llegaron a Venezuela para 1817. Algunos huían del hambre, otros buscaban probar suerte en América, tras formar parte de los ejércitos que derrotaron a Napoleón en 1815.

Edgardo Mondolfi Gudat, en su libro El lado oscuro de una epopeya, los Legionarios Británicos en Venezuela, explica cómo arribaron al país a través de oficinas de reclutamiento que tuvieron, entre otros agentes, al caraqueño Luis López Méndez.

“Entre 1817 y 1819, desde las islas británicas, se organizan de modo clandestino cuadros de oficiales y regimientos enteros de voluntarios con el objeto de darle una nueva base de sustento al ejército de Bolívar y a la insurgencia venezolana. Su carácter respondía, pues, a uno de los rasgos más elementales en toda guerra de desgaste: la necesidad de contar con refuerzos indispensables para continuar la degollina”.

De acuerdo con los historiadores José Semprún y Alfonso Bullón de Mendoza, citados por Mondolfi Gudat, los voluntarios entre 1817 y 1822 fueron unos 5.800 o 6 mil.

Buena parte de ellos no eran un dechado de disciplina, lo que rompe con lo que Mondolfi Gudat llama “el mito de la casaca roja”.

El alcoholismo y el ánimo de saqueos, azuzados por la desilusión por la falta del cumplimiento de sus contratos –les prometían el oro y el moro en Inglaterra, pero al llegar a América la realidad era distinta- y las enfermedades, afectaron el desempeño de los voluntarios.

El general marabino Rafael Urdaneta, que los tuvo bajo su mando en el Oriente venezolano, dejó un cuadro gris de la realidad de los ingleses, llamándoles “un semillero de dificultades”.

En Barcelona, tuvo que enfrentar a un batallón de borrachos. “Las tropas inglesas encontraron mucho ron en toda la ciudad, se desbandaron y antes de una hora no se podía contar con un soldado que no estuviese borracho, y los más de ellos tendidos por las calles y las casas, pareciendo aquella división un campo de batalla derrotado (…)

Con mil dificultades se recogió la gente borracha y se le retiró del otro lado del puente al barrio que llaman de Portugal a dar tiempo a que volviesen en sí”.

Urdaneta intentó evitar los saqueos, pero tan agotados estaban los ingleses tras su bacanal que terminaron durmiéndose todos.

Una vez recobradas las fuerzas, desataron su furia contra la Catedral de Barcelona, llevándose hasta los cuadros, tanto oficiales como soldados.

Los patriotas los dejaron como parte del pago adeudado.

Mondolfi Gudat hace un recuento de los más destacados miembros de la Legión Británica entre 1817 y 1823: algunos se fueron del país, como Gustavus Hippisley –escribió libros contra el Libertador Bolívar-, otros fueron fieles a él hasta después de su muerte, como Daniel Florencio O’Leary. Hasta 1.800 murieron en campaña, como la mayoría de los combatientes en Carabobo.

El 24 de junio de 1821, en la sabana de Carabobo, la Legión Británica era una de las dos unidades de infantería pertenecientes a la Primera División, comandada por José Antonio Páez. La otra era Bravos de Apure.

Vestida con un uniforme verde oscuro –de lejos parecía negro, lo que hacía que los apodaran “Los Zamuros”-, el día anterior recibió una arenga del Libertador: ‘Mañana veréis que los colombianos son dignos de pelear al lado de los hijos de Albión”.

“A las once de la mañana”, narra Edgar Esteves González, en su libro Batallas de Venezuela, “el General Páez a la cabeza del Bravos de Apure, seguido del Cazadores Británicos y de la caballería de la División, inicial el movimiento sobre la derecha penetrando en una cañada; la marcha no es muy rápida, porque hay que desmontar el terreno para facilitar el paso de la columna, pero no son estorbados por el enemigo sino sólo al atravesar la colina inmediatamente al norte de El Abra, donde sufren el fuego de la artillería española”.

Sorprendidos los llaneros de Páez, la labor de resistir mientras se reagrupaban le correspondió a la Legión Británica, con el coronel Thomas Ilderton Ferriar (o Farriar, según diversos autores) al frente.

Escribe Armando Betancourt Ruiz en sus Anécdotas y curiosidades en la batalla de Carabobo: “Toda la furia del enemigo se concentra ahora en la Legión Británica… Recibe los fuegos de casi todos los batallones realistas que se habían concentrado en el lugar… lo fusilan inmisericordes… pero ellos continúan su camino impertérritos. Al fin se desembarazan de sus bagajes, hincan rodillas en tierra y conviértense en una auténtica fortaleza. Comienzan a disparar un nutrido fuego mientras van rindiendo sus vidas la mayoría de sus oficiales… primero Ferriar, de cara al sol, el sable en alto y gritando ‘¡Firmes!’. Luego Davis, Scott, Minchin… y así caen sucesivamente hasta el número de 17 jefes de ese famoso cuerpo expedicionario”.

Don Eduardo Blanco los inmortalizó en Venezuela Heroica, y Martín Tovar y Tovar en su pintura de la batalla de Carabobo. Allí, firmes, detrás de su jefe Farriar –espada en alto, dando su último aliento-, ponían el pecho a las balas para la entrada de los lanceros de Páez.

“El movimiento se ejecuta con admirable precisión; desde entonces, la legión inglesa deja de ser un cuerpo como todos los otros, echa raíces en la tierra y se convierte en muro de granito”, narra Blanco.

“La intrepidez con que cargó a la bayoneta (el Batallón Británico) sostenido por el batallón de Apure, que se había rehecho, y por dos compañías del de Tiradores, que oportunamente condujo al fuego su comandante, el teniente coronel Heras, decidieron la batalla”, fue el Parte del ministro de la Guerra, Pedro Briceño Méndez, firmado en Caracas 29 de junio de 1821.

Pero la realidad de la guerra –la degollina, como Mondolfi Gudat la llama-, lejos de la prosa de Blanco y la belleza estética de Tovar y Tovar, fue plasmada crudamente por el general Marcos Pérez Jiménez en una entrevista concedida a PANORAMA a finales de los 80.

Dictador de Venezuela entre 1950 y 1958, gran estudioso de la historia, Pérez Jiménez contó al periodista Alexis Blanco su visión sobre la actuación británica en Carabobo y el uso que de sus soldados dio el Libertador Bolívar.

“Hace desembocar primero ¿a quién? A la Legión Británica. ¿Para qué? Digo yo que allí el Libertador había realizado una genial vagabundería: al meter primero a la Legión Británica, un cuerpo mercenario, en una acción que iba a definir la suerte de Venezuela y entonces iba a quedar con una serie de cargas, devenidas de las retribuciones para los integrantes de la Legión, que combatían por dinero; metió primero a la Legión Británica contra la caballería realista y la misma la cargó y prácticamente aniquiló a todos los oficiales, quedando al mando de un teniente y virtualmente diezmada. El Libertador se libró de tener que dar las retribuciones a los miembros de ese caro equipo de guerreros. Esto parecerá una vagabundería, pero está perfectamente justificado, porque la guerra no puede hacerse con absoluta asepsia, hay que entenderla”.

“Una genial marramucia del Libertador”, insiste el viejo ex dictador. “La gente dirá, ‘Pérez Jiménez es un irreverente’, pero a él, al Libertador, hay que presentarlo tal como es: un gran hombre, único, pero no un genio o un semidiós como se pretende hacerlo ver. Ya le digo que fue un disparatero en las primeras acciones bélicas que condujo y tuvo que adquirir muchísima experiencia para después conducir las operaciones que condujeron a la emancipación”.

Los horrores de la guerra.

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