La ejecución del realista López a manos del "Negro Primero", por José Félix Blanco

Páez en la Toma de las Flecheras, por Arturo Michelena
El sacerdote y coronel José Félix Blanco narra en su Bosquejo histórico de la Revolución de Venezuela un episodio poco conocido sobre la lucha en los Llanos. Blanco fue capellán del Ejército de José Antonio Páez durante la Guerra de Independencia, y le tocó presenciar la ejecución del jefe realista Francisco López tras la batalla del Yagual (1816).

López era uno de los jefes del Ejército Expedicionario de Pablo Morillo, además de ser Gobernador civil y militar de la Provincia de Barinas. Tras perder el combate del Yagual se retiró a San Antonio de Apure y de allí a Nutrias, donde fue capturado. 

Batalla del Yagual


Blanco cuenta las últimas horas de López y su muerte a manos de Pedro Camejo, Negro Primero, espaldero del general Páez.



“Al escritor de esta campaña tocó la suerte de conocer y tratar al dicho López en su prisión de Achaguas, y aún obtuvo la satisfacción moral de reducirlo a estado penitente, después de haberlo pretendido en vano los sacerdotes Dr. Méndez, Dr. A. Briceño y Presbítero Sosa; le administró el Sacramento de la penitencia y le prestó los demás auxilios espirituales hasta el patíbulo en que, con horror, vio dividir su cabeza del cuerpo, al primer golpe de sable que le descargó el lancero Camejo, de sobrenombre Negro Primero. 

El Negro Primero, por Pedro Centeno Valenilla


En este lugar de consignar un hecho histórico, que nadie ha revelado, pero que no es justo mantener en tinieblas. El coronel López era un jefe de tanto mérito para el Ejército expedicionario y de tal estimación para el general Morillo, que estaba seguro de que, proponiéndose a éste el canje de su persona por cualesquiera prisioneros nuestros de los muchos de categoría que gemían en los pontones y bóvedas de Puerto Cabello y La Guaira, al momento sería aceptado. Con tamaña convicción interesó López al Capellán del Ejército patriota que le conversaba a que rogase a su general (así se expresaba) propusiese dicho canje; indicándole que entre las personas más respetables y queridas de los venezolanos, que corrían el azar de prisioneros en Puerto Cabello, estaban el canónigo de Mérida, Dr. Luis Mendoza, y el Doctor José Antonio Osio, con otros varios sacerdotes de alto clero granadino muy recomendables. Al momento cumplió el Capellán este piadoso encargo, interesando sus servicios y rogando encarecidamente a Páez que lo acogiese propicio; mas todo fue en vano, porque aunque este hombre no era cruel ni sanguinario fuera del combate, tenía entonces, como tuvo después y siempre, muy malos lados que lo comprometían a hechos ajenos de su carácter. Entre los emigrados barineses había personas influyentes en Páez, dotados de muy mal corazón y de sentimientos perversos, que rechazaron la idea, y existían además, por desgracia, algunas damas resentidas u ofendidas por el coronel López en su Gobernación de Barinas, a las cuales se hizo levantar el grito contra todo perdón al coronel Gorrita (que así lo llamaban); y que aquel Jefe que, como valiente, debió ser generoso y noble en el propuesto lance, fue débil y hasta inhumano, por respeto a sus mentores y homenaje a las faldas barinesas. 

José Antonio Páez, por Tito Salas


Otro hecho histórico que acusa a Páez de inhumano y que también ha reposado en tinieblas es aquel modo inicuo, inusitado y contrario a toda la legislación militar conocida con que fue sacrificado el coronel López. Preocupado este hombre, fino e instruido, de la barbarie llanera que tanto conocía y de que justamente temía en su prisión, preguntó al Capellán con quien se confesó qué clase de muerte pensaba Páez darle. El interrogado calmó su inquietud y desconfianza, contestándole con la serenidad propia de su carácter y por la experiencia de tantos años de servicios en los diferentes ejércitos y campañas de la Patria, que sería fusilado, porque así lo creía. Mas, ¡cuál sería su sorpresa y su vergüenza, cuando al llegar con el reo a las inmediaciones del sitio del patíbulo, detiene López el paso, se rechaza asustado al ver los dos grandes asesinos que con sus relumbrantes machetones le aguardaban, y soltando en manos del Capellán el Crucifijo que estrechaba entre las suyas, le reconviene por el fiero espectáculo del arma con que iba a sacrificársele, en lugar del fusilamiento con que había halagado su esperanza! En tan tremendo lance hace el Capellán suspender la ejecución, mientras vuela a donde Páez a suplicarle que mande fusilar a aquel Jefe con regularidad y nobleza conforme a la ordenanza y a la costumbre, en vez de degollarle, interesa razones d decoro, de práctica y de humanidad, pide, ruega y hasta llora en el calor de su empeño para ablandar el corazón del sacrificador de la víctima; mas todo en vano, porque era plan combinado, y se le dio por toda razón o respuesta, ‘que habiendo en el Ejército poco pertrecho, no podían gastarse cartuchos para matar a un godo…’ ¡El cuello de López fue dividido al primer golpe de sable que le descargó el potente brazo de Negro Primero, Camejo!”.

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